lunes

He colgado la droga del manillar de la puerta para que, cuando llames, quedes avisado de quién soy. He dejado toda mi ropa sujetando el umbral para que, cuando la mires, sepas cuánto te encontrarás. He dejado las demás cosas que no importan a los pies de esta cama tan grande, por si antes de acostarte conmigo te da por mirar todas mis ganas, todos mis sueños, cada palabra bonita que no he oído de ti.
Pero te he sentido llegar sin mirar a la puerta, sin pisar la ropa, sin darte cuenta, y te has acurrucado conmigo desudo de escudo, de piel, de ganas. También de mi.
Has cerrado los ojos muy fuerte y te has dejado arropar por mi pelo. Cada espasmo de tu cuerpo me decía que llorabas, pero a mi se me ha olvidado desnudarte la boca, acariciarte la piel. Se me ha olvidado el timbre que tiene tu cuerpo cuando me llama porque me necesita y como suena tu mirada cuando callas para hablarme de ti.
Se me ha olvidado el número de tendones que tensan tu cuerpo cuando estás sobre mi, dentro y fuera; y como tiembla tu anhelo, muy lento. Cuando coges la pistola y me miras, y yo trago saliva, a un minuto de la muerte. Pero cierras los ojos muy fuerte y te dejar arropar por mi pelo. Mi alma se convierte en almohada de tu tristeza y te dejas enredar. Cada espasmo de tu cuerpo me decía que llorabas, porque se me había olvidado quererte también como hombre malo.