domingo

Los matices de Kath (I)

- No me pongas a prueba, Kath, porque soy capaz de comerte. No me retes, ni susurres, ni siquiera me hables más bajo de lo normal. No arrastres las palabras. Nada de cosas bonitas, mordiscos o arañazos. No gimas y menos aun se te ocurra hacerme gemir. Aléjate cuanto sea posible de mi piel y mi cuerpo.

Kath me miró a los ojos y se hizo la fuerte aunque no lo sentía. Sé que le hice mucho daño al soltarle aquello, pero no puedo arrepentirme; no me arrepentía.
La vi volverse y comenzar a alejarse hacia el fondo de la estación. Y mira que hace nada estábamos abrazadas, hablando sobre ir a comer tortitas al Dadá o acabar en casa.
Corrí hacia ella y la abracé con fuerza por detrás, casi casi enfadada.

- ¿Qué pasa? ¿No te das cuenta? Me vas a matar como hagas eso y me tenga que reprimir.
- ¿Reprimirte?- la vi extrañada, pero sé, por alguna locura llamada experiencia, que aun no me había perdonado del todo. ¡Y es que lo dije tan segura de mí misma! Sé que debí morderme la lengua. ¿Pero me imagináis peor que ahora? ¿Más loca de amor de lo que estoy ya? ¿Con el deseo subiéndome en las venas, impulsado por este loco corazón que late al vaivén que Kath me marca?
- ¡Claro tonta! Me pongo a gemir delante de la gente ¿verdad?
He ahí la sonrisa pícara de Kath.
- No suena tan mal.
- Anda que... ¿Qué voy a hacer contigo?
- ¿Te lo enseño?

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