viernes

Cuando él se iba y ya no quedaba nadie, y la soledad no hacía otra cosa que comérsela viva por dentro, como una de esas enfermedades que te obligan a vender tu sonrisa y cada uno de los latidos de tu corazón para nada. Como las guerras, que no dejan de ser batallas estúpidas que solo te destrozan el alma y juegan contigo, riéndose de que no eres más que otro peón perdido en el juego y que tienes que jugar, porque tienes que hacerlo, porque naciste para eso y no hay escapatoria.
Si decides rebelarte, estás perdido; como ella, que lo añora entre mentiras a sí misma, diciéndose que es ella quién juega, que puede dejarlo cuando quiera, como la bebida. Pero se equivoca, porque al final del dia vuelve a hablarle a un vaso medio vacío que nada tiene que ver en esta historia de cazadores y cazados.
Y al final la cazan, por supuesto. Para entonces de nada sirve contarle penas a una soledad particular, esa que calla y te envuelve y que tú dejas, tonta de tí, que te mime y te cure cicatrices que no se van a cerrar, que no se cerraron con los besos de un hombre, o con las pequeñas cosas con las que decidiste construir tu vida y que ahora no son más que el acuerdo tácito de un sueño que llegó tardío a ninguna meta.
Si esa vez a ella la caída se le hizo dulce, ahora solo era el efecto de la gravedad vacia; solo una fuerza que obligaba a su cuerpo a introdurcirse en un agujero negro y que allí la dejaba, sola, con la idea de que todo lo que sube, al final tiene que bajar.
Él se había ido, sí, y ya no quedaba más que la elección entre los recuerdos vacíos que tejieron durante años o el alcohol, que pronto recorrería sus venas como una tentación más fuerte que su propia voluntad marchita, hasta tal punto que el placentero olvido que aquel líquido maravilloso le ofrecía supo mejor que cualquier placer anterior, que el sexo, que el amor, el odio, la venganza.
La idea de huir se le atragantó en la garganta, impidiéndole respirar, incitándola a buscar un destino que poco tenía que ver ya con ella misma y que solo se podía definir como el resultado del miedo. Miedo a enfrentarse a ella misma sin palabras mentirosas que echaran de menos su presencia cada mañana.
Ella, haciendo ruido para acallar la necesidad de llenar el vacío.

1 comentario:

.A dijo...

me falta el ruido..
sus pasos por la casa..