sábado

Mi homenaje a los locos es decirles que nada pasará. Pero no teman. Pese a que el mundo siga girando en sentido contrario al nuestro, piensen que son ellos quienes van equivocados. Pero piensen, también, que pese a que el ejercicio de diferenciarnos sea tan placentero, los necesitamos. En el fondo de nuestra alma -fondo que muchos en realidad desconocemos; si no no podríamos considerarnos raros- hemos creado una dependencia con el Otro que nos resulta irresistible. Y es esa dependencia horrible la que nos define por oposición. Para ser nosotros mismos, necesitamos su presencia. También su ausencia. En definitiva, debo decirles, como loco, que no pasará nada, que la vida seguirá igual, girando en el mismo sentido equivocado, con el mismo ruido y la misma lluvia. Que será una persona corriente quién nos traiga el café mientras leemos un libro en una cafetería -porque somos muy bohemios- y la miraremos fijamente intentando apreciar una diferencia que no encontraremos. Volveremos a nuestro libro, a nuestra música, nos sumergiremos en nuestra diferencia y en nuestra soledad. Una vez allí anhelaremos ser corrientes, pero por lo general se nos pasará lo que tardemos en escribir cuánto nos echamos de menos a nosotros mismos. 
Querremos escribir un libro. Lo empezaremos a los 16, lo abandonaremos, lo volveremos a empezar; al cabo del tiempo escribiremos otra cosa y supongo que también la abandonaremos porque somos raros y lo que mejor se nos da en esta vida es revindicar -bajito- nuestra diferencia. Pasar desapercibidos entre las páginas, observarlos a ellos, pero también a nosotros mismos, a los raros, pasar por nuestro lado sin rozar el espacio que nos rodea. Nos reconoceremos sin mirarnos realmente a los ojos y así sabremos que el otro también es raro. Y por lo general miraremos a la misma persona corriente, nos enamoraremos y finalmente veremos que de ellos a nosotros hay un infierno inabarcable pero que, joder, cuánto los necesitamos. 

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