martes

2 (parte 3)

Llevaba toda mi vida apartando a la gente de mi camino y si se interponía, los quitaba a codazos y dentelladas como si más allá hubiera algo más que arena blanca. Hasta que llegó ella y yo tropecé con el mundo y el mundo trastabilló conmigo y nunca he podido volver a definir la locura como una privación de la razón ni como ninguna otra cosa más que con su nombre, Carlota, que se convirtió en veneno antes incluso de poder saborearlo, que hizo que las horas marcharan primero muy rápido y después muy despacito, que no avanzaran, estáticas y muertas, como me quedé yo.
Voy a hablar de ella porque dentro de unos años nadie va a recordar mi nombre, dónde nací, a qué me dediqué, y seré un fantasma, una mera sombra de alguien mucho más grande. Porque creo que el rencor ya me está matando y pudriendo mi ser por dentro. Porque desayuno venganza, y como nostalgia y ceno rencor. Y cada día todo se vuelve un bucle, eso de despertar y mirar a mi derecha y ver que ella no está pero tampoco esperar que aparezca. Salir a la calle con la mirada baja y fija al suelo y en los charcos de la acera creérmela encontrar.
Así que aquí estoy yo conmigo misma contando que Carlota me abandonó y no volvió. Que a veces imagino nuestra historia como una partida de ajedrez donde ella nació reina y a mí me tocó el destino del peón: nacer por ella, morir por ella, perecer por su causa.


Creo haber tachado esta frase miles de veces, pero jamás he estado tan enamorada de otra persona de lo que lo he estado de ella. Y aunque habré paladeado el amor en cada resquicio de mi piel y de mi mente, todavía no hallo la definición exacta de lo que me pasaba, de esa puta enfermedad que me aceleraba el alma, el pulso y las ganas. Que me dejaba desinflada y perdida después, cuando caía desde en el punto más alto de mi vana existencia.
Cuando paro siento que olvidar no es suficiente y que encerrar es justo lo que he hecho. Que todavía llevo mi vida en algún lugar remoto entre las costillas y el corazón, que me he comido el mapa y que tampoco quiero encontrarlo. Pero que esa caja, ya sea de acero o de cartón, hace presión cada día, cada taza de café, cada salida clandestina, y me recuerda que todavía no sé por qué no está, que tuve otra vida donde fui infinitamente más feliz, que creí, por un momento, que podía definir de que ingredientes estaba hecho mi lugar. El caso es que Carlota ha ido yendo y viniendo de mi vida como dueña y señora, que cuando llamaba por teléfono ya fuese París, Moscú e incluso Tokio viajaban conmigo, y yo paseaba por cada acera, calle y callejón acompañada de Carlota. Cuando colgaba me dejaba descolgada de nuevo el alma y vertía en mí las ganas de llorar. Llorar, tengo buenos recuerdos. Llorar me abrazaba y me tomaba en su seno, y allí no tenía que pedir perdón a nadie. Y a veces me volvía un poco masoca y cruel conmigo misma y cuando estaba triste me permitía pensar en ella durante un minuto, imaginar qué sería si yo aparecía en su camino y estallara como solía hacer ella y por una vez la onda expansiva no me abofeteara a mí. Imaginaba cómo sería su cara al encontrarme y si se alegraría, porque lo que mejor sé en este mundo es que Carlota no quería ser encontrada por nadie, lo que en ocasiones me incluía a mí.

3 comentarios:

Lorena dijo...

Madre mia, por un momento he creído que yo misma estaba viviendo todo ese texto.
"y me recuerda que todavía no sé por qué no está, que tuve otra vida donde fui infinitamente más feliz, que creí, por un momento, que podía definir de qué ingredientes estaba hecho mi lugar"
Por favor, se puede definir mejor un sentimiento???
De verdad, cada vez que te leo haces temblar mi mundo.
Un abrazo enorme!

carmeloti dijo...

Esa Carlota, es la razón y motivo que hace que seas creativa, efectivamente restaña todo ante ti. hace que regurgites sentientos, de tu dieta de venganza, melancolía y rencor.
Ella que sin querer querido es pretérito sin condicional en ti.

Killian Lovecraft dijo...

Pero aún con todo eso... Carlota es quien la había hecho más feliz.