domingo

Aquel invierno se me ocurrió que si la nieve caía tan rápido era por miedo, por un maldito miedo que hacía que en el fondo el silencio sonara más dulce, que no notaras el frío en tus huesos hasta después de una eternidad en la intemperie.
La nieve, solitaria amiga de gente como yo, perdida la mirada en el alféizar de ventanas heladas igual que los sueños, que caen, que el cielo llora, incluso a veces hacia arriba.
Olvido los días aqui fuera y aun no sé si el frío se encuentra en mi pecho o en otro lugar remoto, vacío. Igual que mi mente.
Quiero correr pero mis pies no se mueven, enterrados en lágrimas de frío blanco. En mi cárcel de sonidos amargos, donde las manos siempre se atan hacia delante.
Mi voz no sale, mi respiración, mi pecho, no quiere moverse y caigo. ¿Dónde está mi trono de soldado malherido?
Estoy cansado. Tengo sueño. He perdido la risa. Y no sé si la quiero encontrar.
Creí ser un rey con aquel rifle en la mano y no llegué a más que un estúpido sin razones para luchar, perdido en la nieve blanca del frente de otra batalla, mordiendo el frío como lo hubiera hecho con mi vida, sin huellas para volver, sin musa, sin princesas.
Con las dos manos arranqué mis ojos y me volví ciego, gritándole al tiempo: Ya no más. Y seguía corriendo. Siempre corriendo.

1 comentario:

carmeloti dijo...

Como siemprecuando vengo por aqui hay algo nuevo que araña las entrañas...

Hace poco en un libro de un gran amigo decia algo asi;

"... los jovenes van cantando como si fueran a repartir champán y vino; y en esa fiesta solo reparten bombas metralla y muerte..."

Es después de un tiempo cuando esos jovenes se hacen muertos en vida que arrancan sus ojos y pierden la sorisa, para nunca más querer encontrarla.